martes, 16 de junio de 2015

Sentir mariposas...

Era increíble, ese momento en el que alguien, sin saber cómo ni por qué, conseguía que aparecieran mariposas, que se multiplicasen y que cada segundo se moviesen más.

Ese sentimiento era incontrolable, tanto era así que se multiplicaba por cada centímetro de su cuerpo, por cada milímetro de su piel, todo sentía, todo conseguía que se estremeciera ante una palabra o gesto de esa persona. 

Las mariposas se avivaban con las miradas y sonrisas de ellos, eran dos completos desconocidos, pero habían conectado de una forma única, increíble y sin contacto físico. ¿Cómo era posible? Todo lo que habían tenido se traducía en miradas, sonrisas y palabras, sólo habían tenido gestos a distancia, pero esa conexión había hecho que las mariposas se multiplicasen. 

Un dulce escalofrío los recorría, comenzaba en la parte más alta de la nuca, como una pequeña caricia, bajaba dulcemente por el cuello y se unía delante, en la garganta, que formaba un nudo en ella, una sensación típica cuando se hacían presentes fuertes sentimientos, sentimientos que no se podían controlar. Sentimientos que sólo surgen cuando llega esa persona. 

Es ese flechazo inexplicable el que te hace sentir tanto bueno como malo, miedo a todo lo imprevisible, miedo a la rapidez en la que se multiplican las mariposas, miedo a unas sonrisas nerviosas, a crear la necesidad de contacto, la necesidad de algo más fuerte y que jamás habían sentido, miedo a que esa sea la persona adecuada y no sepas valorarlo. 

Porque con las mariposas siempre va de la mano el miedo, la inseguridad, pero al mismo tiempo aparecen la valentía, las ganas de conocer la vida de esas mariposas... ¿Cuán larga será la vida de esas mariposas?

Sólo queda avivarlas, dar pasos y sonreír, para que esas mariposas crezcan, se multipliquen y consigan vivir el resto de la vida con esas personas... 

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